"GENERACIÓN LINIMENTO SLOAN"
Los olores suelen llevarnos a épocas, o momentos, muy concretos de nuestras vidas y afloran recuerdos que, otras veces, se encuentran apelmazados en la memoria. En concreto, el fútbol tiene unos aromas característicos, como ya lo reseñábamos en “Los olores del fútbol”, publicado en julio de 2009. Lo que nos hace añorar momentos muy entrañables de aquel fútbol de los años sesenta que discurría entre perfumes variados: esencia de trementina, guayacol, alcohol alcanforado y mejunjes con los que nos refregábamos las piernas. Por entonces, los futbolistas no nos afeitábamos las piernas, un martirio para los masajistas… Éramos la “Generación linimento de Sloan”, etapa de nuestras vidas con pocos medios materiales, desconocíamos como aumentar el rendimiento salvo correr detrás del balón como unos descosidos y, sustancialmente, aprendíamos a jugar al fútbol de una manera muy singular.
Eso sí, disfrutábamos jugando al fútbol. Sloan, el hombre del bigote, nos aportaba una mezcla aceitosa con la que tratábamos de aliviar nuestros dolores, golpes, etc. Aquel linimento, pócima milagrosa, parecía que retrasaba o eliminaba las dolorosas agujetas que aparecían en nuestras anudadas piernas, consecuencia de un entrenamiento poco evolucionado. Tiempos aquellos que aprendíamos a jugar en el patio del colegio, los “hermanos” compartían con nosotros y demostraban sus habilidades en el manejo de la pelota, otras veces la escondían debajo de la sotana. Era proverbial cómo avanzaban a la máxima velocidad con la redonda prendida entre sus piernas y oculta entre sayones. Materialmente imposible hacerles un “caño” o localizarles un espacio habilitado para un “túnel”. No me explico aún cómo aquellos curitas podían rematar los balones de cabeza y la velocidad de vértigo con la que descabalgaban sus gafas, primero de una oreja, luego de la otra, y acudían al impacto con el balón sin cerrar los ojos… ¡Qué maestría!
Los recreos resultaban una escuela avanzada de técnica florida. Varios equipos, varios balones, en un mismo espacio ya reducido de por sí, y las atropelladas carreras de los jugadores impedían una mínima claridad en el juego. Existía una nula identificación de contrarios y compañeros, la combinación resultaba ser un milagro. No era fácil clarificar decisiones como a quién se le debía pasar la pelota y a quién no; a quién regatear o a quién evitar para escapar de una lesión segura, aquel ambiente permitía mejoras impensadas. La percepción de espacios, situaciones cambiantes a cada momento, producían mejoras precisamente en la búsqueda de la mejor jugada posible.
El equipo campeón acababa obteniendo el premio de salir a campo abierto fuera del colegio, un paseo durante toda la tarde de un jueves. Y aparecía el espíritu del “Equipo Colorao”: “Hemos ganao; hemos ganao..”, los ganadores “chinchaban” a los perdedores. Lo que originaba la revancha consiguiente. Las tomas de decisión en aquella marabunta de juego desorganizado, la elección dificultosa de una alternativa entre todas las que revoloteaban, todo ello acrecentaba las habilidades de unos y otros. En aquel fútbol, los que más balón “chupaban” más riesgos corrían pero permitía erigirse en líderes de la clase. Los “hermanos” incentivaban a los ganadores en el terreno de juego mejorándoles las notas académicas, aunque no de una manera evidente. Aquello funcionaba como cualquier equipo profesional del momento: “Tanto ganas, tanto vales…”
A mí me marcó aquel fútbol, fue una fórmula positiva por entonces. Nuestra emoción por el fútbol regía la mayoría de nuestros actos, probablemente ya disponíamos de una inteligencia natural para el juego. Pero el contexto también tuvo su importancia. Nos divertíamos practicando y construíamos lazos reforzadores: la amistad, la competencia, el manejo en espacios reducidos, la superación de las dificultades para dominar más de un móvil balón y en muy poco espacio, el reconocimiento, la motivación de superar al contrario por un incentivo con un valor simbólico… Aquella “Generación linimento de Sloan” tuvo su encanto, todavía perdura en nuestras memorias.
El balón nos daba amigos y nunca nos los quitaba. Sloan tenía un perfume especial y salir a la calle oliendo a linimento te daba un plus ante las amistades femeninas, añadiendo otros alicientes a nuestro viaje por el disfrute del fútbol. Algunas virtudes de entonces, también algunos defectos, seguramente se hayan ido transformando por el transcurso del tiempo. Pero aquellos recuerdos de infancia nos hacen bien, nos transportan a la utopía con la que nos desenvolvíamos por entonces, posiblemente asentamos en el fútbol conceptos como la solidaridad, la cooperación, el respeto por el contrario y más aspectos desinteresados que proceden de aquel tiempo bendito.
Aquella fragancia del “linimento de Sloan” todavía perdura en nuestras meninges, sus olores, su espíritu, me cuesta abandonar lo bueno de aquella cultura, de aquellos comportamientos positivos… ¡Que sea por mucho tiempo…!
MAROGAR (Diciembre.2010)