"Prohibido jugar a la pelota en la plaza".
Lo decía Lucía Taboada en su artículo (El País, 17.febrero.2025) y, además, firmaba: "En Barcelona, el Defensor del Pueblo ha pedido quitar los carteles de "Prohibido jugar a la pelota" de las plazas porque afecta a los derechos de los niños".
(...) "Una vecina de la plaza del Consell de la Vila había denunciado la incomodidad de los balonazos y reclamado una señalización propia, pero el Defensor del Pueblo no le da la razón y recomienda un "equilibrio justo" entre el derecho al juego de los niños y adolescentes y el derecho al descanso del vecindario".
(...) "Desde hace años muchos parques, plazas o jardines restringen o prohíben el juego: por ruido, por mantener las zonas verdes impolutas, por descanso de los vecinos o porque el coche necesita pasar sin interrupciones, por supuesto".
También reflexionaba la escritora: "Prohibir jugar al fútbol en los espacios de las ciudades es como dejar de darle cuerda al reloj de la infancia. Es algo casi antinatural y deprimente, quizá la mayor de las profanaciones modernas. A los niños les plantan carteles bermellones con un prohibido en letras mayúsculas, mientras se les reprocha la reclusión doméstica delante de la play, la tele o el teléfono móvil".
(...) "Creo, además, que esos carteles son un ataque apenas velado a las clases trabajadoras. Porque para una familia vulnerable con hijos, los costes de practicar algún deporte son prohibitivos. Los niños que crecen en pisos de cuarenta metros cuadrados, compartiendo habitación, con la televisión del salón monopolizada y el espacio justo para mantener una convivencia salvable, necesitan calle. Todos la necesitan, en realidad, pero ellos tienen un acceso mucho más difícil a actividades extraescolares de pago".
(...) "El juego les permite experimentar y establecer vínculos. Esto es así: no hay mejor amigo que el que se crea en una pachanga improvisada. Siempre que escucho alguna queja amarga sobre el ruido de los niños jugando, recuerdo cuando a mis amigos se les caía el balón en el patio de una casa colindante con nuestro colegio. Allí vivía un hombre mayor de facciones rudas. Si la pelota caía en su propiedad salvando la altura de la valla por un desajuste táctico del lanzador, en el recreo se escuchaban un "ohhh" prolongado porque sabíamos de inmediato que la diversión se había terminado. Balón que caía, balón que desaparecía.
Pienso en ese hombre ahora. Me imagino su incomodidad por el griterío constante con el que convivía, pero también me lo imagino con un lucrativo negocio de compraventa de balones".
(...) "Hay que dejar que los niños jueguen, aunque solo sea por mantener el siempre próspero negocio del fútbol."
Es una reflexión apropiada, con muchos matices y de una gran profundidad para estos momentos donde nos hemos acostumbrado a que todo se resuelva con "prohibiciones", sin buscar alternativas más civilizadas. A lo mejor, un buen día, en una buena ciudad, las plazas se llenen de carteles: "Se permite jugar a la pelota". Un mundo feliz es posible. Y la utopía nos debe permitir soñar además de mantener un espíritu competitivo en torno al balón.
Salamanca, 28. Marzo. 2025.